Las fotos y el crecer
El otro día mi madre me sacó una lata de Mahou y unas patatas fritas y así, sin venir muy a cuento me preguntó: ¿hace cuánto que no escribes? "Puf... la tira, ya no tengo ni tiempo ni ganas de contar nada" "Ya te has hecho mayor" Me encojo de hombros y me acuerdo de que tengo edad legal para beber Mahou desde hace 10 años, de los cuales no se me ha visto el pelo por aquí en los dos últimos.
Después, repanchingada en el sofá mientras me trago First Dates, resuena en mi coco la conversación. El octogenario de la pantalla se acomoda la dentadura postiza con la lengua (como quien no quiere la cosa) sin dejar de lanzar miradas rijosas a la camarera que se contonea entre las mesas de Ikea del restaurante ese de chufla, mientras su compañera de mesa y coetánea habla de viajar, de lo importante que resulta para ella que le hagan reír, que necesita una persona activa y bla, bla, bla... Con todo y eso, qué buena salud tienen los mamones. Hacerse mayor, dice.
Así se me han pasado dos años: dedicándome a obligaciones más o menos desagradables y aburridas, ranciendo en petit comité con quien quiera aguantarme y preguntándome si valía la pena seguir haciendo mofa y befa de este mundo tan absurdo y sus pobladores de sensibilidad cada vez más delicada.
Todo cambió cuando llegó a mi conocimiento un suceso magnífico, fiel retrato de cómo nos luce el pelo.
Resulta que Elena Tablada... Bueno, mejor os pongo en antecedentes porque se que la mayoría tenéis demasiada categoría intelectual para conocer estas genealogías, pero ya sabéis que siempre digo que hay que saber de todo. Que estas cosas son cultura, materia de quesito rosa del Trivial. A ver, Elena Tablada (del clan de las Tabladas) es la ex-mujer de Bisbal con quien tiene una hija en común que se llama Ella (Ella es Ella, preciosa tautología). Se separó del almeriense en 2011 y desde 2018 está casada con un acaudalado sobrino de la princesa de Tirnovo, de quien está esperando un hijo (del sobrino, no de la princesa). Como toda buena famosa random que se precie, es diseñadora de su propia firma de joyas. Una mujer muy equilibrada, situada en el perfecto punto intermedio entre Ylenia y la Preysler, una auténtica fantasía aristotélica.
Bueno, pues esta buena mujer que usa las redes sociales como todo hijo de vecino con la salvedad de que es rica y famosa, y la ropa que lleva parece muy cara y prestosa, el otro día hizo lo que tantos otros y otras antes que ella: sacarse una foto en el monumento al Holocausto de Berlín (ese de los prismas) de punta en blanco y posando como influencer que es. No contenta con ello, aprovechó la solemne ocasión para anunciar su preñez con el adecuado hashtag #babyintheoven que en castellano significa bebé en el horno. Y claro, se montó la gorda. A mí esto no se si me parece una gilimemez o un acto de lo más punki digno de la mismísima Nancy Spungen. Pero se ve los medios no opinan igual y le han dado por arriba y por abajo a la rica mujer.
De nada sirve ya escandalizarse cuando se ha normalizado sacarse fotos en la entrada de Auschwitz o en Memorial del Holocausto porque si no ¿quién se va a creer que estuvimos ahí? y, claro, viajar y no enseñárselo a la gente, no merece la pena. Que el mundo sepa que no solo tenemos tiempo y ecus para viajar (conviene abrir la sesión de fotos con una de la pantallita de la puerta de embarque, que se vea BERLIN o el destino que sea escrito en letras mayúsculas), y que el mundo sepa que tenemos cultura y afán de curiosidad y por eso nos hacemos una sesión de fotos en ese parque tan raro de hormigón. Y ¡qué cojones! como también somos gente intelectual y moderna podemos de paso sacarnos otra instantánea en el muro al lado de la pintada de Honecker y Brezhnev (los señores esos que se besan en los morros), alguno creerá que es gay-friendly, y todo.
Aceptamos los millares de fotos que se sacan en esos sitios (Auschwitz, el Memorial, Chernobyl, o las que nos hacemos cuando vamos de "voluntarios" posando en compañía de gente famélica en países tercermundistas) la mayoría de ellas en actitud inapropiada pero todos nos echamos las manos a la cabeza con sucesos como éste que no dejan de ser ligeramente esperpénticos, pero sólo ligeramente porque no se aleja demasiado de la realidad.
En fin, esperemos que, al menos, el niño le salga en su punto.
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