La importancia de un buen desayuno

Cuando pasas del instituto a la universidad se supone que adquieres la suficiente madurez para madrugar cada mañana e ir a clase cuando ya nadie te obliga. Durante el primer curso, bien sea por el miedo al suspenso o el entusiasmo de lo nuevo, esto se cumple. Después, lo que sucede es que en vez de madurar, conforme pasan los años te vas poniendo cada vez más verde y al final acabas conociendo al profesor el día del examen final o ni eso -si, cual monarca del  Antiguo Régimen, es de los que mandan a un valido a examinar en su nombre-.

¿Y al acabar los estudios superiores? Pues ahí cada quie
n tiene que buscarse la vida...o tener quien se la busque. En mi caso, acabé la carrera un miércoles de junio y al lunes siguiente empecé a preparar el Mir. Me encontré entonces en una nueva situación vital: no era una estudiante -pues la preparación en sí no constituye ningún tipo de estudios reglados-, tampoco una parada en el sentido estricto, ni una nini, ¿una opositora? tal vez, pero tampoco me convencía ese término porque la plaza que sacase no iba a ser de por vida; ¿un elemento folclórico? Hasta que un día dí con el término que más se aproximaba: trabajaba desde casa -unos días en chándal y otros en pijama-, no tenía ni un duro, la utilidad de mi trabajo era más que dudosa y cuando alguien ajeno al mundillo del MIR me preguntaba no sabía muy bien explicarle a qué me estaba dedicando: ¡era una freelance! ¡una freelance de libro!

Yo siempre había admirado mucho a los freelance, a los opositores y en general a cualquiera que trabajase desde casa sin horarios preestablecidos, porque llevan a cabo un logro hercúleo: madrugar sin que nadie les obligue. Me resultaba sobrehumana la fuerza de voluntad que requiere no apagar el despertador cuando puedes hacerlo sin consecuencias negativas a corto plazo. Pues bien, cuando me quise dar cuenta yo también me estaba levantando cada mañana a las siete y media como un clavo - a veces un clavo un poco torcido que zanganeaba hasta las ocho- para estudiar un examen a meses vista.

A donde quiero llegar con todo esto es al desayuno. La mayor ventaja de desempeñar "mis labores" en casa fue re descubrir la primera comida del día. Huelga decir que cuando nadie corre detrás de ti, puedes cambiar el "café bebido" -siempre me ha resultado graciosa esta expresión- por un desayuno completo, como los que ponía la Juani a Emilio Aragón y su troupe de insoportables personajes en Médico de Familia.  Así pasé el verano desayunando feliz, viendo las noticias y luego el principio de Espejo Público con mi café, mi tostada y mi kiwi, hasta que sucedió algo que haría peligrar mi momento All-Bran: lo de Cataluña.

Al principio, y supongo que como a todos, el tema me interesaba; pero al cabo de un mes de desayunar con eso en todas las malditas cadenas me cansé de las declaraciones infructuosas y pajas mentales de políticos y tertulianos de uno y otro lado. A esas alturas los dos mejores momentos de mi día eran el desayuno y la hora de irse a la cama, y me estaban jodiendo uno de ellos. Me ví, entonces, en la difícil tarea de encontrar un programa con el que desayunar. Digo difícil porque tenía que alcanzar el más perfecto equilibrio: entretenerme sin engancharme, y, por supuesto, no tener muchos anuncios. Fueron semanas de duro peregrinaje por la parrilla televisiva matinal: programas de casas, de subastas, de asesinatos, reposiciones de series... hasta que por fin encontré lo que buscaba: la TPA (Televisión del Principado de Asturias, para los foriatones) y su telediario.

Era un extraordinario universo donde El Monotema resultaba una noticia de importancia menor en comparación con otras cuestiones más prioritarias como los problemas con el sistema de abonado, la reparación de la calefacción de la casa de la cultura del pueblo de turno o el Festival del Oricio de Huerres. Caí en la cuenta de que me había pasado la vida preocupada por noticias que muchas veces no llegaban a influir en mi vida, mientras desconocía el nombre de los consejeros de mi autonomía o el estado de los presupuestos de mi localidad. Aunque sin duda alguna mi sección favorita era el parte meteorológico: diez minutos destinados exclusivamente al tiempo en Asturias, todo el mapa lleno de nubes y lluvia día tras día. Ver como se deslizaban bajo el presentador las distintas localidades ordenadas por orden  alfabético -desde Allande a Villayón- junto a la mínima y la máxima esperadas me producía una extraña paz interior que os puede dar una idea del agujero negro de tedio y monotonía en el que se habían sumergido mis días. Hasta llegué a conocer los nombres de los distintos locutores y a tener mis favoritos. Si existiera el título de "jubilada honorífica" lo habría ganado.

Una vez examinada, y hasta que los engranajes de la burocracia aclaren mi sino , he desterrado de mi escritorio los manuales y apuntes para convertirme en una nini. Pero como no quiero perder los buenos hábitos sigo desayunando tranquilamente mientras veo el telediario...del mediodía.






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