MODAS CHUNGAS I

En Japón tienen un problema muy serio: les faltan actores porno. Su industria del cine X está en peligro de extinción debido a una gran desproporción entre la cantidad de hombres y mujeres intérpretes (siendo ellas mucho más numerosas). Hay quien achaca esta situación al gran aumento de los soshokukei danshi o chicos herbívoros, jóvenes que se declaran asexuales y que en consecuencia no están interesados en consumir -y mucho menos protagonizar- material pornográfico. Actualmente se debate si esta condición se trata de una orientación sexual más, de una disfunción orgánica o de una moda pasajera. No tengo ni idea. Lo cierto es que está presente en todo el mundo, pero en Japón con muchísima más fuerza. Los nipones siempre me han parecido gente peculiar que populariza artilugios y prácticas insólitas, como los besos con lengua en el ojo que tan de moda se pusieron hace unos años (hablo de los ojos de la cara, lo otro ya está inventado desde hace mucho) y que llevaron a más de uno a perderlo por infecciones. Si lo pensáis todos los meses sale en el telediario alguna nueva y demencial moda made in Japan, y aunque la mayoría nacen, crecen, se reproducen y mueren sin salir de la isla, unas pocas como el cosplay, el anime y el sushi logran cosechar verdadero éxito en occidente.

Nosotros los españoles -eternamente acomplejados- nos dejamos influenciar por los anglosajones y la Europa civilizada  (al norte de los Pirineos y al oeste de los Cárpatos), que aunque no tiene en la vía pública máquinas expendedoras de ropa interior femenina usada (se venden por Internet), también se las trae. Y es que bien pensado, manda cojones que adoptemos como faro de tendencias a un país donde se enmoqueta hasta el cuarto de baño. ¡Es más antihigiénico que los filetes en la córnea! Si en Londres les da por tatuarse margaritas en el escroto os aseguro que en cuestión de medio año (incluso puede que menos gracias a las redes sociales) Oviedo, Valladolid, Cáceres o Huelva se llenan de escrotos adornados con motivos florales. De las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, mejor ni hablar. Y es que amigos esto es lo que sucede cuando juntas en un bote la estulticia humana con la globalización y lo agitas muy fuerte.

Pero no vamos a echarle toda la culpa a Internet, ya a principios de los 2000 cuando no había wi-fi en todas las casas y Facebook estaba gestándose, podías encontrar modas de lo más estúpidas. Quienes tengáis hermanas mayores, o hayáis nacido en la segunda década de los ochenta o simplemente hayáis salido a la calle entre el 2001 y el 2004 os acordaréis de la apocalíptica tendencia de ponerse un pantalón de campana (para más inri) debajo de una falda o un vestido. El sinsentido materializado en un outfit. Aprovecho para saludar a mi hermana mayor. En serio ¿alguien me lo puede explicar? ¿De qué cabeza desviada y enferma salió semejante aberración estética? ¿Por qué tuvo éxito? Si sois nostálgicos podéis revivirlo viendo reposiciones de Un Paso Adelante, donde las chicas también se adornan con calentadores porque como todo el mundo sabe, acatarrarse los tobillos te puede costar la vida.

En cuestión de unos años las chicas nos dimos cuenta de nuestro error, y con la intención de enmendarlo dejamos en casa los pantalones, y la falda, y algunas hasta las medias. Y ese fue el origen de las camisetas-vestido (camisetas de licra normales y corrientes pero más caras) o de cómo acariciamos el nudismo sin casi darnos cuenta.

La sección dosmilera de ropa de caballero tampoco se queda atrás. A mí no se me olvidan aquellos pantalones cagados y las innecesarias exhibiciones de culo o, lo que es peor, de boxers desteñidos por el uso o puede que por la corrosión de ese tipo de pedos que, como susurros asesinos, sueltan las tripas cuando están enfermas.

Y al igual que nosotras, ellos tampoco tienen término medio. Basta con dar una vuelta para toparse con decenas de chavales modernos embutidos en vaqueros pitillo tobilleros al más puro estilo toxicómano de principios de los noventa. De esos pantalones a empezar a pincharse sólo hay un paso.  No es sólo por estética, estamos ante una cuestión de salud pública; os digo yo que más de uno se está quedando estéril sin darse cuenta y otros lo llevan tan metido por el culillo que les sabe la boca a pantalón vaquero. Vamos, el equivalente masculino del camel toe de toda la vida.

Pero no todo va a ser mirar la paja en el ojo ajeno, he de reconocer que esta menda que os escribe tampoco es inmune a las modas chorras y gusto de llevar la camisa abrochada hasta arriba cual Bimba Bosé de pacotilla o paleto manchego (según se mire). En fin, concesiones hipster que hace una.

Lo que más me gusta de ir al dentista o al oculista es mirar la orla gigante que tienen colgada en la sala de espera. Esa de la promoción de 1981-1987 plagada de chavales de veintipocos señores con barba de náufrago y enormes gafas cuadradas de pasta y en la que cualquier miembro del GAL habría pasado desapercibido. ¿Quién me iba a decir, (¡ay mísera de mí! ¡ay infelice!) que las pintacas de mi generación no distarían mucho de las de aquellos que se graduaron en los ochenta? Cuando me quise dar cuenta yo también tenía unas gafas de pasta y había dejado de depilarme el bigote.
Simpático corrillo de Felipe González, Alfonso Guerra, Juan Carlos I y un hipster que pasaba por ahí. ¡Que no! Es Narcís Serra, en aquel entonces Ministro de Defensa.
Narcís detrás de Felipe. Si no fuera por los tanques, se diría que van a presentar una antología poética.
Lo del vello facial es otro cantar. Antes llevar barba era de sucios, profetas y papás noeles, ahora si no tienes una bien espesa eres un don nadie (Mr. nobody para los modernos) y quedas inmediatamente excluido de cualquier actividad mínimamente bohemia o creativa. No podemos obviar de ninguna manera a los que se rapan la cabeza al cero o al uno y luego se dejan una inmensa barba rabínica. Son, a mi entender, la encarnación humana del jersey de cuello alto y sin mangas. ¡Hombre por Dios! ¡Si hasta Mr.T se dejaba por lo menos una cresta!

Ante semejante panorama es imposible no preguntarnos qué nos deparará el futuro. No lo sé, pero estoy segura de que nada nuevo. Por si las moscas ya estoy aprendiendo a cardarme el pelo y quién sabe si más de un rapado con barba acabará en un par de años afeitadito y con un Mullet en la cabeza.

Comentarios

  1. Me ha ecantado jajajaja.
    Y estoy totalmente de acuerdo con ello, la generación futura nos mirará tal cual miramos nosotros al pasado.

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