El masoca interior

Muchos habréis oído hablar de esa movida del niño interior que todos tenemos y con el que, por lo visto, hay que llevarse bien para ser una persona equilibrada. Por el contrario, estoy segura de que nadie os ha mencionado nunca a otra criaturilla  que habita dentro de la mayoría de nosotros, nuestro masoca interior, responsable de conductas tan frecuentes y extendidas entre la población como carentes de sentido.

Imaginad que os invito a mi casa a comer  y cuando estoy rebanando el pan para los canapés, me corto un dedo. Es una herida dolorosa y fea de la que además mana bastante sangre. Vosotros, que sois gente muy cortés y amable, os ofrecéis a curarme con betadine y gasas, o a llevarme al hospital si con lo primero no basta. Entonces yo, con toda naturalidad os digo que no os molestéis, y en vez de lavar la herida, lo que hago es meter la mano afecta el el cubo de la basura y rebozarla bien en mierda. A continuación saco la caja de las herramientas y con unos alicates termino de arrancarme el maltrecho apéndice. Creeríais que me he vuelto loca, algunos os marcharíais despavoridos, otros me llevaríais a rastras al hospital y un tercer grupo, me grabaríais con el móvil y lo colgaríais en algún grupo de WhatsApp.

Sin embargo ninguno nos extrañamos cuando alguien a quien su pareja le acaba de romper el corazón se pasa las tardes y las noches escuchando baladas de Cat Stevens, viendo películas románticas y revisando compulsivamente todas las fotos que tenían juntos, sus cartas de amor y sus regalos. Esta autoflagelación emocional está tan aceptada en nuestra sociedad que hasta se pueden encontrar en Spotify varios recopilatorios de canciones deprimentes especialmente diseñados para la ocasión.  Y es que, mis queridos lectores, que levante la mano quien no lo haya hecho, quien no haya alimentado las brasas del desamor con baladas de Skid Row, Maná, Kiss o Queen  mientras rememoraba viejos y felices recuerdos. No sois vosotros mismos, sino vuestro masoca interior quien, aprovechando la coyuntura, toma las riendas y se lo pasa teta mientras vosotros sufrís más que Álex Ubago el día de San Valentín. 

No obstante, estas criaturillas de nuestra psique son las responsables de una industria que da de comer a muchísimas personas: el cine de terror. Que alguien me explique qué sentido tiene ir a ver una película cuando sabes que te lo va a hacer pasar mal. ¡Ajá! No tiene explicación. Mola y punto pelota. Pagas por recorrer el camino de vuelta a casa mirando hacia atrás, por dormir esa noche con la luz encendida. Pagas en definitiva por una sensación tan desagradable como lo es el miedo. Tú te cagas por la patilla mientras tu masoca interior se lo pasa en grande y disfruta de un zumo de adrenalina recién exprimida de tus glándulas suprarrenales.

El tercer y último ejemplo de la noche, y, dicho sea de paso, mi favorito es el de lo que yo llamo malestar voluntario, la base del éxito de programas como "Cuerpos embarazosos" o "Urgencias bizarras", de algunos vídeos virales  o incluso -poniéndonos más finos- del Realismo Sucio. Se define como aquella situación en la que  algo te da repelús o desasosiego pero aún así no puedes parar de mirarlo y/o tocarlo. Esto es lo que nos sucede con las espinillas.  Sabes que no hay que manipularlas, que en un par de días terminan desapareciendo y sin embargo sientes el irrefrenable impulso de reventarlas.  Unas veces eres capaz de contenerte, pero otras sucumbes y terminas explotando alguna a sabiendas de que va a tardar más en curarse e incluso puede que se te infecte. Aún así, te plantas delante del espejo y, ¡pop! Durante unos segundos te invaden simultáneamente  dos sentimientos aparentemente incompatibles: grima y paz interior.Tornándose esta última en remordimientos en cuanto ves el estropicio que te has hecho en la cara. 

Aunque no termino de entender muy bien su significado evolutivo, algo me hace creer que  la existencia del masoca interior, al igual que el dedo meñique del pie, a parte de infligir dolor, obedece a alguna razón (todavía desconocida por el hombre). Tal vez el cometido de nuestro masoca interior sea cuidar del niño que todos llevamos dentro para evitar que meta los dedos en un enchufe y nos volvamos locos.  O tal vez no.

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