Domingo por la tarde
Los domingos por la tarde deberían abolirse por decreto ley. Acabas de comer y no sabes qué hacer con tu existencia ¿dormir la siesta? ¿poner la tele y tragarte un par de telefilms? ¿oir un poco de música?¿leer? Todos las actividades que durante la semana se perfilaban atractivas, llegada la tarde del domingo se vuelven tediosas.
Miro por la ventana y observo que, para variar, el cielo no está del todo encapotado. Se me pasa por la cabeza llamar a alguna amiga e ir a tomar un café, Pero, joder, es domingo por la tarde y el mero hecho de pensar en quitarme el pijama me produce urticaria. Además no hay nadie por la calle, todos, al igual que esta menda, están en sus respectivas casas muertos del asco, pensando en que mañana tienen que volver a la rutina, haciendo buenos propósitos para la semana que entra y engañándose a si mismos creyendo que los van a cumplir.

A veces pienso en el futuro y me imagino de mayor, rodeada de mis nietos, sentada en un sillón de orejas hablándoles de la vida, de lo divino y de lo humano con la autoridad conferida por la experiencia. Ellos me preguntarán sobre la felicidad y yo les soltaré alguna frasecilla trillada a más no poder sobre que se trata de un estado transitorio, bla bla bla. Y cuando Clara III Jr, la más espabilada de todos, me pregunte cómo se reconoce a un hombre feliz, me colocaré las gafas y le responderé que la verdadera felicidad es aquella que los domingos por la tarde no desaparece.
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