Wáters ¡qué lugares!
El
ser humano es sorprendente. En muy pocos años ha conseguido crear
máquinas capaces de mostrar el interior del cuerpo humano en una
pantalla (sin necesidad de llevar a cabo una vivisección), de
conectar un extremo del planeta con el otro a tiempo real, de
construir robots que realizan tareas de manera más precisa y
eficiente que las personas. No obstante, pese al avance técnico,
científico y artístico todavía hay un par de aspectos que se han
mantenido constantes. Los clásicos temores del ser humano (a la
soledad, la enfermedad y la muerte) son el primero; el otro, mucho
más prosaico, es el que nos ocupa hoy:
los baños públicos y los sucesos paranormales e incómodos que
acontecen en su interior.

En el inicio
de la jornada la persona encargada de la limpieza lleva a cabo su
cometido fregando y desinfectando con esmero los inodoros (que de
inodoros suelen tener poco), a continuación alguna mujer escéptica
y temerosa de adquirir una infección urinaria acude a aliviar sus
necesidades y a pesar de ver el retrete limpio como una patena,
decide forrarlo de papel higiénico y, no contenta con eso, mear
a pulso. Esta última
operación se complica si tenemos en cuenta algunas circunstancias
como el nivel de alcoholemia, la ausencia de una percha donde colgar
el bolso,o la intensidad y duración del chorro. De esta forma se
incrementa exponencialmente las posibilidades de errar y salpicar.
Tras la escéptica sin puntería, entra otra que al ver que la tapa
ha sido mancillada con orines, repite la operación y empeora el
estado del baño en cuestión. Esta situación tiene lugar
reiteradamente con un número variable de usuarias hasta que,
finalmente, da pena, dolor y asco entrar.
Otro
asunto reseñable son las extrañas e incómodas situaciones que
albergan estos lugares, y de las que estoy segura que habréis sido o
seréis partícipes a lo largo de vuestra vida. Situémonos pues en
un baño emblemático que todos
los asturianos y asturianas que se precien de serlo han utilizado
alguna vez. Me refiero al de
la estación de servicios de Villalpando,
ese pueblo zamorano en el que el ALSA que nos conecta con la capital
hace una parada de veinte minutos hacia la mitad del trayecto
(coincidiendo casi siempre con el momento en el que estás a punto de
caer en los brazos de Morfeo). Tú, siguiendo los consejos que te
fueron dados en la más tierna infancia, has hecho tus necesidades
fisiológicas antes de salir de casa y apenas has tocado la botella
de Fuensanta por
la que te clavaron en la estación de origen. No
obstante, el autobús ha parado y eso significa que tienes que hacer
pis, con o sin ganas,
no sea que después sientas la llamada de la madre naturaleza y
tengas que aguantar las dos horas y media restantes.
Así que te
adentras en el baño con la mente ocupada en reproducir la
onomatopeya “pssssssss”, sin emitir sonido alguno, y te das
cuenta que el resto del autobús ha tenido la misma idea que tú, por
lo que se ha formado una cola más larga que la del Conde Lecquio. El
baño se ha convertido de pronto en un ascensor lleno de gente que,
harta del viaje, evita por todos los medios que sus miradas se
crucen o entablar alguna conversación. Para ello cada quien examina
las humedades del techo, el barrillo negruzco del suelo, el móvil,
se retocan el pelo en el espejo... lo que sea con tal de no hablar ni
que te hablen.
Finalmente llega
tu turno,
la venerable ancianita que te precedía deja una cabina libre y, a
parte de la inexorable gotita de pis en la tapa, ¡huele
como el mismísimo Mordor! La
viejecita por lo visto está podre. ¿Y ahora qué? ¿Entras y mueres
asfixiada? ¿Esperas por otra cabina rompiendo las normas no escritas
de la cola y desafiando la mirada, mitad inquisidora mitad
avergonzada, de la señora? ¿Te vas de Villalpando sin hacer pipí?
Eso último...¡jamás! Te armas de valor, entras conteniendo la
respiración y haces lo que toca mientras lees las decenas de nombres
de parejas, iniciales, corazones y fechas que han ido adornando las
paredes y la puerta del cubículo desde la última vez que lo
pintaron. Allá por 1999.
Una entrada ácida pero veraz :P
ResponderEliminarEs cierto que los baños en general suelen estar más sucios de lo que debieran.
Sin embargo, en mi opinión y experiencia los que en peor estado se encuentran no son los de las estaciones de autobuses, sino los que ponen en la calle cuando llega la temporada de fiestas municipales.
Esas cabinas de plástico que retiran al final de la semana de verbena... Hay que ver cómo están al de unas cuantas horas de que empiece el mambo.
En fin... un saludo :)
Muy original la entrada xDDD
ResponderEliminarGran verdad eso de la puntería, en los baños de las discotecas siempre tengo que andar de puntillas porque los charcos que llegan a formar son enormes xDDD. Y aunque quede mal diciéndolo, no hay un solo hombre sobre la faz de la tierra que viendo un cubata apoyado al lado del water no haya intentado apuntar dentro.
¡Saludos!
Andrés me acabas de resolver muchas incógnitas con lo del cubata. Sí, el hombre es maravilloso, siempre buscando superarse a si mismo. xD
ResponderEliminarIratxe, muy buena observación, se me había olvidado mencionar las cabinas de plástico. Son la frontera hacia el país de la Sepsis.
Perdonad que os responda a la vez, pero es que no he descubierto como se responde a cada comentario de forma individual y que quede la respuesta justo debajo del mismo. En fin... la telemática.
Un saludo, y feliz año nuevo!