La pescadilla que se muerde la cola

Hola a todos

Estos días he estado enferma y por tanto me he dedicado a los quehaceres propios de la fiebre: ir del sofá a la cama y de la cama al sofá con ingentes concentraciones de paracetamol en sangre. En el sofá veía la tele, y en la cama escuchaba la radio. Y en ambos medios hablaban siempre de las mismas tres cosas: Chipre, Bárcenas - Gürtel y los EREs de Andalucía.  Este domingo por la mañana, mientras esperaba a que me hicieran efecto los analgésicos escuchaba  un programa en Onda Cero en el que los contertulios se pusieron a hacer "recuento" de los casos de corrupción que estaban siendo investigados y juzgados a lo largo y ancho de la piel de toro. La mayoría nada originales: licencias urbanísticas, blanqueo de capital, cuentas en paraísos fiscales, etc. Sin embargo, hubo uno que me llamó la atención especialmente: el caso Cooperación. 

Con ese nombre, me imagino que ya sabéis por dónde irán los tiros... No, no es broma, en la Comunidad Valenciana se apropiaron de 6 millones de euros cuyo destino no era otro que el Tercer Mundo. Me quedé absolutamente petrificada y si en otro tiempo me hubiera cabreado lo único que hice fue disgustarme y preguntarme qué puede pasar por la cabeza de un político (que por definición tiene posibles) para llevar a cabo semejante sinvergonzonería. Después de pensarlo mejor me planteé otro interrogante: "¿qué podía llevar a una sociedad a encumbrar en el poder a tales elementos?" ¿El inquebrantable sectarismo? ¿el desencanto de los votos en blanco y las abstenciones? ¿la estructura del sistema? ¿los prejuicios? Je ne sais pas.

A menudo pienso en discurso del movimiento 15-M y de otros colectivos pacíficos que son calificados por muchos como "antisistema". Predican el desmantelamiento de esta oligarquía disfrazada de democracia, de las entidades financieras y en último término de la sociedad actual de consumo,  en aras de una nueva sociedad donde prime la solidaridad y la igualdad de derechos. Su púlpito, al igual que el mío, es un ordenador Samsung o un Iphone o cualquier otro dispositivo electrónico montado en algún país donde el sueldo y las condiciones de la mano de obra sean "rentables" para la multinacional que firma el producto. Ellos, y yo, y apuesto a que el 99% de vosotros también llevan ropa de Zara, Pull´n Bear, Mango y demás marcas textiles cuyas fábricas están asentadas en Vietnam, Taiwan, Marruecos, Turkía, China, y en las que todos sabemos, o, por lo menos, intuimos lo que sucede. Ellos, viajan en avión, gastan luz, agua, electricidad, teléfono, internet, es decir, le ponen la comida en la boca al enemigo. Con esto no pretendo demonizarlos, ni tacharlos de hipócritas, ni siquiera increparlos. Lo que intento es poner en relieve la complejidad de este sistema que nos tiene atrapados. Nos pasamos el día quejándonos de todas las barrabasadas que nos hacen los ricos y lo desprotegidos que estamos frente a ellos, del fraude que es la política, de la  vergüenza que supone que  se esté salvando a los bancos mientras miles de familias son desalojadas, pero a la vez somos nosotros quienes al convertirlos en proveedores de necesidades superfluas (sin las cuales ya no sabemos vivir) les damos el  poder sobre nuestras vidas. 

Estamos siendo consumidos por nuestro propio consumismo. 

Es una paradoja cuya resolución no sólo pasa por derrocar a los responsables directos. La respuesta reside en algo mucho más complicado y doloroso, algo a lo que pocos están dispuestos: derrocarnos a nosotros mismos.  



Comentarios

  1. Estaba releyendo las publicaciones de tu blog (con los apuntes de micro colocados en la mesa, por si se me va quedando algo al tenerlos en visión periférica)y no me puedo creer que no dejara ningún comentario en esta.
    Estoy totalmente de acuerdo contigo en que lo primero es derrocarnos a nosotros mismos. Y, por ejemplo, cada vez que nos echamos las manos a la cabeza por que los bancos invierten en empresas que fabrican armas con las que se están matando seres humanos de nuestro planeta, deberíamos pensar en que entidad tenemos nuestros ahorros.
    Ser absolutamente consecuentes es terriblemente difícil, pero creo que todos y cada unos de los esfuerzo que nos acercan a serlo merece la pena.

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