Mierda de la buena (I): CRIANDO RATAS

Me ha sucedido en varias ocasiones que una película recomendada tanto por los críticos como por muchos amigos y conocidos me parece una soberana bazofia. Son lo que yo llamo películas "de culo", todos las venden como si fueran de culto pero cuando te quieres dar cuenta les falta la "t".  No voy a dar nombres, bueno sí, qué cojones: Her, Las vidas posibles de Mr. Nobody y The Royal Tenembaun son algunas de ellas. Siempre me pasa lo mismo, acabo de verlas -no sé cómo, porque son aburridísimas- y luego, enfadada busco en Google alguna crítica profesional para saber qué coño las hace tan especiales. Pero resulta que todas todas las reseñas de los supuestos gurús no son más que un batiburrillo de pedantería onanística.

Afortunadamente hay un género que nunca me defrauda. Un género cinematográfico que debería enseñarse en los colegios como otra manifestación artística propia de nuestro país -igual que los estilos plateresco o churrigueresco en la arquitectura o el teatro de Lorca en la literatura-. Me estoy refiriendo, sin duda, al cine kinki (o quinqui). Una parte de mis lectores -especialmente mis coetáneos y otros millennials más jóvenes- os sentiréis perdidos ante este término. No os aflijáis, aquí está la tita Clara para enseñaros cositas que no salen en Netflix. El cine kinki surgió a finales de los setenta con la llegada de la Transición y tuvo su época de máximo esplendor a lo largo de la década de los ochenta. Como seguramente habréis intuido por su nombre, la temática sobre la que gira no es otra que la decadente cotidianidad y las actividades delictivas de los macarras de la época, heroinómanos la inmensa mayoría. Como héroes de una novela de caballería, los protagonistas de estas pelis, espada navaja en mano, viven intrépidas aventuras a lomos de su corcel. Vamos, que son un fuente inagotable de entretenimiento.

Los decorados castizos (esos papeles de pared, el tapete de ganchillo sobre la televisión, la mesa idéntica a la que tiene vuestra abuela en su casa) y las tomas aéreas de ciudades y barriadas antes del pelotazo urbanístico son un aliciente. Aunque sin duda lo que diferencia este producto patrio de otras películas extranjeras de temática similar (como Trainspotting, Requiem por un sueño, Los amantes de Pont Neuf) es que nuestros actores se meaban en el Método, no necesitaban interpretar ningún papel porque ellos mismos eran toxicómanos. Los españoles somos gente práctica y resolutiva: ¿actores sanos? No, gracias,  quién mejor que un drogadicto para hacer de drogadicto... El ejemplo más representativo es Jose Luis Manzano, musa del director Eloy de la Iglesia, y protagonista de varias películas, entre ellas las dos entregas de El Pico.
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José Luis Manzano

Debido a sus aficiones, buena parte de esta hornada de actores murió prematuramente a manos de las SS (sobredosis y sida)  Un superviviente fue Enrique San Francisco, que por aquellos años salía con Rosario Flores (compañera de reparto junto a su difunto hermano Antonio y Jose Luis Manzano  en Colegas, también de Eloy de la Iglesia)
Hay cosas en la vida que no tienen precio, y esta foto es una de ellas.

El otro pilar de este género, lo constituye Antonio de la Loma, artífice de la mítica Perros callejeros o Yo, el Vaquilla entre otras. Las de El Lute -de Vicente Aranda- también son muy entretenidas y en el Paramount Channel las repiten seguidas cada dos o tres meses.

Una vez hechas las presentaciones, os hago entrega de mi regalo de hoy, que, gracias a mis fuentes, he encontrado en el lúgubre y frío universo de internet. Se llama Criando Ratas y, además de ser una joya, es una película de cine neokinki. Ya sólo el título invita a verla.

(Paramos un momentito para que os explique mi teoría místico-filosófica de que cualquier manifestación artística que incluya la palabra "rata" en su título es sinónimo de calidad. Como el movimiento se demuestra andando, os dejo algunos ejemplos: Las Ratas (de Miguel Delibes), Ratas Rabiosas (Eskorbuto), Rata de dos patas (Paquita la del Barrio) y la que ahora nos ocupa, Criando Ratas (Carlos Salado). La excepción inherente a toda regla que se precie la constituye Ratatouille. Aclarado esto, continuamos)

El largometraje, ambientado en la actualidad y rodado en Las Mil Viviendas con un presupuesto de 5000 euros, retrata la vida en una barriada alicantina de las que tanto les gusta a los de Callejeros. Menudeo, subdesarrollo, droga, collejas, tetes, tetas y diálogos a menudo ininteligibles interpretados por actores no profesionales (los propios chungos del barrio se interpretan a sí mismos) son los ingredientes que Carlos Salado utiliza para revivir el espíritu del difunto Urko. Pero lo hace, como dijo Torrente: "sin mariconadas ¡eh!", sin echar mano de ese recurso tan fácil que es ponerse nostálgico (que se lo digan a Danny Boyle). Los tiempos han cambiado y este chaval lo refleja a la pefección: la heroína ha sido destronada por el speed, las pirulas, y la cocaína; el mercado de la prostitución se ha hecho más global y los padres ya no llevan bigote ni tienen ninguna autoridad sobre sus churumbeles. De hecho, la única reminiscencia que se permite es la banda sonora de tintes flamencos que él mismo ha compuesto. Como dato curioso, el rodaje se alargó varios años debido a que, entre medias, Ramón Guerrero, el actor que da vida al protagonista, tuvo que cumplir un año de cárcel por trapicheo.

Cada uno de los personajes de esta película vale un potosí. El Cristo, protagonista y eje conductor, es un mindundi que se busca la vida al margen de la ley para pagar una deuda a unos gitanos y de paso costearse la droga. Al hombre no le sale nada bien, además de ser un patán tiene tan mala suerte que pone un circo y le crecen los enanos. Te hace llevarte las manos a la frente y gritar a la pantalla "¿pero qué haces tonto del culo?" Al final se le coge cariño.  El Mauri, intferpretado por Mauricio Manzano, es una de esas figuras tragicómicas con las que todos nos hemos topado alguna vez: el mítico toxicómano veterano con la cabeza aventada que siempre va haciendo el notas por la calle, y que aunque parece inofensivo (y hasta gracioso)  cualquier día se le cruzan los cables (más) y la lía parda. Se pasa toda la película intentando reunir dinero para pagarse los servicios de una prostituta de la que está enamorado (¿acaso hay meta más noble que esa en esta vida?). También hay tres chungos como de 16 años que van todos montados en la misma moto (robada, cómo no) vendiendo por ahí Termalgín triturado como si fuera cocaína. Por supuesto, no podían faltar enormes mafiosos de Europa del Este con tatuajes, cadenas y dientes de oro. 



Si os gusta el cine quinqui, os la recomiendo; y si no os gusta, no sé por qué habéis llegado hasta aquí pero en cualquier caso también os la recomiendo. Es pura mierda de la buena.






Comentarios

  1. Coincido contigo en todo. Ramón Guerrero es la reencarnación (buscada o no) del mítico Torete. Los que vivimos aquellos 80 nos hemos acostumbrado a ver cómo sus protagonistas desaparecían, consumidos por mierdas varias. José Luis Manzano, Pirri, Lali Espinet o el mismo Antonio Flores. De muchos de ellos ya no quedan ni los restos, arrojados a una fosa común como rúbrica de una sentencia al olvido eterno.

    Por todo ello esta película, con un mérito muy superior a cualquier mierda yanki o la ultima del superhéroe de turno, me llega tan adentro.

    Felicidades por tu blog. En verdad, es mierda de la buena.

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