DE POR QUÉ SÁLVAME ES DELUXE



No sé si vosotros también lo habéis percibido, pero de un tiempo a esta parte reina en el ambiente una “susceptibilidad generalizada” de la que se deriva una corrección política exquisita –o estúpida, según cada quién-. Lo que vengo a decir es que últimamente no te puedes ni cagar en la leche sin que alguna asociación de amigos de la ganadería te afee semejante conducta, por poner un ejemplo.
Mi opinión a este respecto es que lo mejor que uno puede hacer en esta situación es dejar de opinar y adaptarse al nuevo civismo que impera. Por eso hoy voy a reclamar más dignidad y respeto para un colectivo al que pertenezco y que es públicamente vapuleado sin que nadie diga ni mú: los consumidores de telebasura o, como preferimos que nos llamen, coprovidentes.

Puede que sea la reencarnación de una ama de casa octogenaria de Ojén, pero a mí me gusta –qué digo ¡me encanta! ¡me fascina!- la telebasura. Los moradores de Telecinco hacen mis delicias cada vez que encuentro un rato para verlos.  Alguna vez, incluso, me he sorprendido a mí misma gritando ¡Guapa! ¡No llores que tú vales mucho! a la imagen de Lydia Lozano en el televisor. Por eso me hiere en lo más profundo de mi corazoncito cuando escucho o leo que los coprovidentes somos la razón de todos los males de la sociedad. Que si el disco de Kiko Rivera y el libro de Belén Esteban no encabezaran las listas de lo más vendido, otro gallo nos cantaría.
 Yo, al igual que Rosa Benito, soy una SEÑORA (entiéndase como dama de valores y educación, no como mujer que pasa la cincuentena) así que, lejos de responder con palabras soeces a quienes me agravian, les responderé con buenas razones que les harán olvidar a Schopenhauer y enamorarse de Mila Ximénez. 
Permitidme picar a vuestra puerta y preguntaros ¿tenéis un minuto para hablar de Jorge Javier?

En primer lugar, he de decir que por mucho que resqueme, la telebasura y todo lo relativo a ella es cultura, cultura pop, pero al fin y al cabo cultura. O dicho de otro modo, materia preguntable en el quesito rosa del Trivial. Y para ser culto, hay que saber de todo un poco. Por eso, aquellos que os consideráis espíritus refinados –si de verdad queréis llegar a serlo- deberíais apartar la vista de vuestros volúmenes  de Cátedra exquisitamente prologados y posarla sobre el resumen vespertino de Gran Hermano VIP. ¿Os gusta el tremendismo de Cela? ¿Los turbios personajes de Bukowski o de Palahniuk? Pues ahí tenéis dos platos. ¿O de dónde pensáis que salen? ¿De lugares llenos de universitarios de clase media-alta como ARCO o el BBK? ¡Mon Dieu!

Estéticamente estos programas no tienen desperdicio. Los bronceados naranjas, las mechas platino sobre pelo negro como el carbón, los labios perfilados con rotulador indeleble, los trajes superajustados de raya diplomática combinados con camisas de color rojo o morado son, sin duda, la vanguardia de la moda. Aunque lo que a mí más me sorprende son esas pieles suaves y perfectas como el culito de un bebé. ¿Acaso un tronista musculado y peludo que se depila con cera hasta los huevos no se merece cobrar 3000 euros al mes? Ese chico se ha dejado, junto con su vello, más sangre, sudor, y, sobretodo, más lágrimas que cualquier universitario con sus estudios y merece una recompensa acorde a tal esfuerzo. Y ¡qué coño! caminar sobre esos tacones altos cual andamios se merece un plus de peligrosidad a final de mes. Me cuesta creer que en los casi 10 años que lleva emitiéndose MHYV ninguna se haya roto, como mínimo, un tobillo.
Eso sí, si os animáis a ver Telecinco debo advertiros que el mundo de la telemierda es un microcosmos con un idioma que aunque se parece bastante, no es castellano. Una mañana de gripe al hacer zapping me topé en Telecinco con un tronista que, con la mano levantaba, gritaba desaforadamente a la presentadora: ¡Por Ilusiones, Emma, por ilusiones! Lo comprendí todo cuando lo remató con un por ilusiones hacia mi persona. Lo que ese despistado y fortachón jovencito quería realmente era responder a unas ALUSIONES, y no ilusiones, que alguien había hecho. La acusación más grave que pueden verter sobre un tronista o un dependiente es que haya tenido o mantenga un “hacer” (affaire, para los puristas) con alguien ajeno al programa. Debido a la prohibición de tocar explícitamente ciertos temas en horario infantil, los colaboradores de Sálvame utilizan los términos agua con misterio y vida para referirse al alcohol y a las drogas ilegales (fundamentalmente coca) respectivamente. Esta nueva acepción de la palabra vida toma su origen en ilusión a unas declaraciones en las que Belén Esteban aseguraba que ella sólo era adicta a la vida. ¿No es genial?

Probad a mirar la telebasura con ojos menos inquisitivos: pasaréis un buen rato y, lo más importante, os saldrán menos arrugas.

¡Feliz viernes! Divertíos pero sin disfrutar demasiado de la vida. 

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