De ciudades pequeñas y complejos grandes

Hola a todos:

Cuando los GEOS llaman al timbre y dicen que vienen por la catástrofe de nivel 3 yo ya sé que se refieren al antro en el que se ha ido convirtiendo mi habitación durante la convocatoria correspondiente. Entonces, les digo que pasen, nos tomamos un café y después entre esos dos señores con chaleco antibalas y yo, adecentamos mi cuarto.
La cuestión es que me hallaba colocando libros y libretas cuando en una de estas últimas encontré lo que era el principio de un post, no más de una cuartilla. Así que ya que en su día resolví que se trataba de un tema de tal importancia que se merecía un espacio en este mi blog, no cabe más que dedicarle la entrada de hoy a...(redoble de John Bonham) las ciudades pequeñas.

El primer problema se plantea a la hora de establecer la frontera pueblo-ciudad. En esto los anglosajones nos llevan la delantera, pues tienen tres palabras: vilach (o village) que es pueblo, city que significa gran ciudad y, la que nos interesa en este momento, taun (o town) que se definiría como ciudad pequeña. El castellano, sin embargo, es mucho menos preciso en este aspecto, así el término "ciudad" es aplicable a poblaciones con un tamaño más que diverso, desde Zamora (capital de provincia) con sus 65.000 habitantes hasta Madrid con sus tres millones y pico, por poner un ejemplo. La población nativa (de la taun) que ha vivido por un tiempo en la city y al volver se sienten como Sarah Jessica Parker en Las Hurdes tienden a referirse a ellas con la clásica expresión de "esto es un pueblo grande". Yo me decanto por el ya introducido término "ciudad pequeña", porque tiene un toque intimista.

Antes de continuar esta digresión sobre ciudades de talla corta (algunas prefieren que las llamen así) me gustaría desmentir un gran tópico sobre estas mini-urbes, que cada vez que se lo escucho a alguien me hiere en lo más profundo de mi corazoncito: "poder ir caminando a todos los sitios es una maravilla" No, una maravilla es poder ir  en un Rolls Royce con chófer y bebiendo Sidra El Gaitero. Ir andando a todos lados  puede estar bien cuando el clima acompaña, que aquí en el norte viene siendo...NUNCA.  Así que especialmente los lunes por la mañana, cuando hace un frío que pela, ventea y diluvia,  mientras subo a la facultad cargada cual mula me acuerdo de esta frase y de la madre del que la dijo por primera vez.
Otra cosa son las distancias cortas, eso si que es un punto a favor. Mi ciudad se puede cruzar de punta a punta en una hora larga, o eso dicen siempre aunque no conozco a nadie que guste de cruzarla a pie. Personalmente no os lo puedo asegurar porque nunca me ha dado por ahí, para esos menesteres ya cojo una de las trece líneas de autobús que me acerque a donde quiero ir.

En muchas ocasiones se ha calificado a las ciudades pequeñas de aburridas. Yo lo he hecho, sobre todo durante mi adolescencia, en la que como su propio nombre indica adolecía de todo y también del lugar donde vivía. Siempre que alguno de mis grupos favoritos hacía una gira Europea (o, sin ir más lejos, cuando los Héroes del Silencio se juntaron) yo maldecía porque sólo fueran a Madrid, Barcelona, Valencia y nadie se acordara de este pu(n)to perdido en el norte. Me imagino que a quienes cultiven otras aficiones les pasaría lo mismo en sus respectivos campos. Tiempo después pensando en ello me di cuenta que era mejor así, ya que si viviera en una ciudad grande me tiraría de los pelos sabiendo que están tocando a menos de dos kilómetros de mi casa y yo no he podido comprar la entrada por falta de dinero o de tiempo para hacer la cola. Así que el que no se consuela es porque no quiere.
 Creo que para pasar un buen rato no se necesitan grandes eventos ni rascacielos, de hecho a mi me basta con buena compañía y un refrigerio barato.

En mi humilde y provinciana opinión una de las cosas más odiosas de estos municipios viene propiciada por la probabilidad y la estadística que combinadas con el Facebook, dan lugar a la terrorífica expresión de "todos conocen a todos". Llega un momento en que conoces de vista o de haber hablado alguna vez a un porcentaje nada despreciable de tu generación y del porcentaje restante has oído hablar aunque no les pongas cara. De igual forma, tú eres conocido por un amplio porcentaje y quieras o no, para bien o para mal, has estado en boca de otras tantas personas. Esto si como yo eres una persona más o menos normal. Si eres "un mítico" el 100% sabe quien eres y el 200% ha oído hablar de ti. [Los "míticos", para los que no estéis familiarizados con ese término, son esos personajes por todos conocidos que habitan en bares, bibliotecas, facultades, calles, salas de estudios y que hacen que todo el mundo responda con un "esi ye un míticu" ( o un"ese es un mítico", para los de debajo de la Cordillera Cantábrica)  al oír su nombre, siendo el paradigma de este fenómeno Manolín el Gitano.]
De esto se deriva que la gente salga tan arreglada a la calle, ya que al conocer a tantas personas, si estás más de tres cuartos de hora en lugares públicos casi seguro te encontrarás a alguien. Las probabilidades se multiplican por mil si te pones un jersey con bolas  y llevas las ojeras au naturel.

Por último, pero no por ello menos importante (de hecho yo le dedicaría otro post entero)  es el complejo colectivo de inferioridad. No estoy segura de que inferioridad sea la palabra más precisa para definirlo, pero por ahora es la mejor que he podido encontrar. Me refiero a ese ansia por copiar en todo a las grandes capitales, incluso en sus defectos. El ejemplo que ahora se me viene a la cabeza es el del café. Todo buen moderno de provincias cuando visita una gran ciudad gusta de buscar el Starbucks comprarse una taza de desayuno para poner un toque cosmopolita en sus mañanas de provincias y de paso tomarse un café por 4.50. Y sacarle una foto al café de 4.50 euros. Y subirla al Facebook dejando constancia de que ¡¡¡HA PAGADO 4.50 euros por un café servido en vaso de plástico!!! Lo malo no es pagarlos (que también, qué coño), lo malo es que un café en vaso de plástico -se entiende que para beber por la calle- a precio de oro se convierta en el símbolo de la vida moderna y cosmopolita. 
Siempre me pregunto por qué a nadie se le ha ocurrido poner un Starbucks aquí, en Oviedo y forrarse. Tal vez porque los de fuera nos vean como una ciudad sin bullicio, tranquila, sin necesidad de una gran cafetería take away. En ese sentido tienen razón, pero como no nos conocen no se dan cuenta del negocio que harían, pues aunque no lo necesitásemos iríamos a dejarnos los cuartos, a tomar lava ardiendo café en vaso de cartón, para sentirnos como si fuéramos la señorita de abajo. Eso sí, estoy segura de que todos los habitantes de las grandes ciudades matarían por tener un Casa Cundo o un Alkor donde por 4.50 te puedes tomar cinco cafés (¡y en taza de verdad!) o seis quintos de cerveza.

Anne Hathaway en El Diablo se viste de Prada ignorando la existencia del Alkor y sus cafés con galletinas a 0.90 euros

De todas formas, por mucho que nos pese y por poco glamuroso que sea, en las ciudades pequeñas seguimos teniendo tiempo para desayunar en casa. 



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